Sueños de verano
edito Siempre anhelé viajar a México. Desde niña, cuando de vuelta tras un largo día de playa nuestra tía favorita ponía el radiocasete del coche a todo volumen y sonaban las rancheras de Vicente Fernández –Volver, volver; Que te vaya bonito; El último beso–, con letras que me trasladaban a lugares mágicos. Adormilada por el calor en la piel después de tantas horas expuesta al sol, bajo las luces anaranjadas del atardecer y con el sabor a salitre aún en mis labios –y pese a la tremenda algarabía provocada por mis hermanos (¿cómo podíamos caber tantos en un espacio tan reducido?)–, yo fantaseaba con noches de ronda en la placita de un pueblo perdido de Jalisco, rodeada por una banda de mariachis con vistosos sombreros charros mientras mordisqueaba la lima…